17 junio 2007

Las virtudes de la hospitalidad

De cada libro te seducen unas cosas, es un verdadero misterio el por qué se lleva uno un libro a casa. A veces es por la portada, a veces va uno con un libro en la cabeza a la librería –y en la mayoría de las ocasiones eso quiere decir que uno no lo encuentra-, y a veces uno se lo lleva a casa por una frase en el sitio menos pensado. Yo no compré el libro de Isabel Cobo en una librería, me lo pasó su siempre atento editor, Constantino Bértolo, pero de no haber sido así tengo la certeza de que lo habría comprado al leer la última frase de la nota biográfica de la autora. Dice “Le gusta escribir despacio”. Que en el mundo de frenesí y trasiego en el que vivimos alguien reivindique el placer de la pausa, del cuidado, me parece un motivo más que suficiente para leer un libro.
Por eso lo leí, lo leí hace ya tiempo, pero por esas casualidades de la vida se había quedado debajo de una pila de libros, lo que ha provocado que hasta hoy, que he estado colocando esos montones de papel que amenazan con echarme de cada, no lo haya visto.
El libro de Isabel Cobo es un libro construido en torno a objetos, a cosas, que son asas anclas que nos aferran a la realidad, a la vida, o lo que es lo mismo, a la muerte. Dice Jean Amery –lean a Amery, siempre- que una de las características del envejecer es que va haciéndonos tomar conciencia de nuestro cuerpo, de nuestra parte física. Un niño es apenas energía y no es consciente de su corporeidad, y a medida que pasan los años vamos siendo cada vez más conscientes de ese cuerpo, cada día menos lleno de energía.
Utilidades de las casas es, en realidad, una sucesión de imágenes, de fotos, de escenas estáticas donde los objetos, las personas, el tiempo, parece detenido, y uno tiene la sensación de estar hojeando un álbum familiar, lleno de instantáneas que, una tras otra, parecen esconder, guardar, un puñado de historias que nunca serán desveladas. Las historias, los asuntos que anudan esas imágenes transcurren lejos del que mira las fotos, y del mismo modo en este libro esas historias parecen haber escapado. Uno las intuye, las supone, pero no las ve, no las contempla, no las vive.
Y ahí radica, sin duda, la principal debilidad de un libro escrito con una rotundidad y una seguridad –quizá porque está hecho con paciencia- envidiables. Apenas en un momento, en el cuento con que se cierra la segunda parte del libro, tenemos la sensación de estar presenciando verdaderamente una prosa narrativa. Sólo en ese momento abandona la autora el estilo impresionista, descriptivo, que mantiene en el resto del libro para ceder a una narración casi infantil, de cuento tradicional, que como tal está referido, contado de un modo mítico, con la distancia que tienen las narraciones folclóricas.
Este libro sabe ser hospitalario, deja al lector entrar y disfrutar de esas casas en torno a las cuales gira, pero quizá se olvida de favorecer una vivencia, de construir una historia, un eje narrativo, en torno al que el lector pueda transitar, pueda vivir, experienciar la historia.
Isabel Cobo Utilidades de las casas Caballo de Troya, Madrid, 2007